El rey del camuflaje

La primera vez que vi un caballito pigmeo fue en la isla de Célebes, en Indonesia. Creo que fue en el estrecho de Lembeh. Andaba yo ensimismada ante semejante paraíso extraterrestre cuando, de repente, el guía empezó a llamarme como un loco. Me acerqué aleteando lo más rápido que pude y allí estaba él, orgullosísimo delante de una gorgonia. Con su varita me señaló una de las ramas y yo… no veía nada. Con cuidado me puse al otro lado de la gorgonia, luego debajo, luego encima, un poco más cerca… y nada. Y ahí seguía el pobre guía, insistiendo con su varita. Os juro que se pasó varios minutos señalando. Entonces me acordé que llevaba la linterna. La saqué, iluminé la ramita… y nada. Confieso que al levantar la cara y ver el gesto de desesperación del guía estuve apunto de sacar la cámara y fingir una foto para aliviar su frustración pero, mientras lo pensaba, la corriente movió ligeramente la gorgonia y pude ver unos diminutos ojos en una de las ramitas. Para mi vergüenza, las siguientes ocasiones no fueron mejores.


