El rey del camuflaje

La primera vez que vi un caballito pigmeo fue en la isla de Célebes, en Indonesia. Creo que fue en el estrecho de Lembeh. Andaba yo ensimismada ante semejante paraíso extraterrestre cuando, de repente, el guía empezó a llamarme como un loco. Me acerqué aleteando lo más rápido que pude y allí estaba él, orgullosísimo delante de una gorgonia. Con su varita me señaló una de las ramas y yo… no veía nada. Con cuidado me puse al otro lado de la gorgonia, luego debajo, luego encima, un poco más cerca… y nada. Y ahí seguía el pobre guía, insistiendo con su varita. Os juro que se pasó varios minutos señalando. Entonces me acordé que llevaba la linterna. La saqué, iluminé la ramita… y nada. Confieso que al levantar la cara y ver el gesto de desesperación del guía estuve apunto de sacar la cámara y fingir una foto para aliviar su frustración pero, mientras lo pensaba, la corriente movió ligeramente la gorgonia y pude ver unos diminutos ojos en una de las ramitas. Para mi vergüenza, las siguientes ocasiones no fueron mejores.

Y es que no exagero cuando digo que el caballito pigmeo (Hippocampus Bargibanti) es el rey del escondite extremo. Su camuflaje es tan eficaz que no fue hasta 1969 cuando un científico de Nueva Caledonia lo descubrió de forma accidental mientras examinaba en su laboratorio la gorgonia que habita. A su habilidad camuflándose también ayudó, sin duda, su tamaño minúsculo… y es que raramente alcanzan los 2 cm. Existen dos patrones de color en función del tipo de gorgonia que habitan: uno gris con protuberancias rojas y otro amarillo con protuberancias naranjas. Estas pequeñas protuberancias o tubérculos imitan los pólipos de las gorgonias, así como su pequeño cuerpo imita el tallo de estas. Y lo hace tan bien que tan solo si eres capaz de localizar su pequeños ojos negros, serás capaz de encontrar a este pequeño pez.
Tras aquella primera experiencia en Sulawesi en la que pudimos disfrutar de varios ejemplares, estaba convencida de que mis ojos ya estaban entrenados para localizar caballitos pigmeos. Así que, en mi siguiente viaje a Indonesia, esta vez en Bali, me lancé a la entretenida tarea de buscar por mi misma en una gorgonia… y, como os podéis imaginar… NADA. Los ojos poco entrenados podríamos pasarnos varias inmersiones escudriñando una gorgonia y seríamos incapaces de encontrar un solo ejemplar. Y sin embargo, los guías locales los localizan con una facilidad envidiable. Siempre le digo a los amigos que van a bucear a zonas de vida macro que hay dos cosas imprescindibles: una lupa y un buen guía. En estas inmersiones el guía es casi tan importante como el propio aire de la botella.