Se os acabaron los viajecitos

Cuando me quedé embarazada de Inuk entre las numerosas felicitaciones se coló algún que otro «ahora se os acabaron los viajecitos…». Se que no eran malintencionados, pero en mi cabeza sonaron como una amenaza insalvable.

A Dani y a mi nos apasiona viajar y bucear. Es lo que más nos gusta del mundo. A mi en ese orden y a Dani en el inverso, pero lo cierto es que aprovechamos cualquier oportunidad para escaparnos cerca del mar. Es nuestra particular vía de escape y por nada del mundo queríamos renunciar a ello.

Es cierto que cuando tienes un hijo te cambia tanto la vida que en un principio ni te planteas ponerte a organizar un viaje. A mi ese «en un principio» me duró poco y en cuanto estuve recuperada físicamente me entró el gusanillo del buceo. Así que, cuando Inuk tenía 4 meses nos lo llevamos a bucear a Lanzarote. Allí tenemos la suerte de contar con grandes amigos que nos buscaron una canguro de confianza que se quedaba con el bebé en el apartamento mientras nosotros buceábamos. Lola e Inuk congeniaron de maravilla y nosotros por fin pudimos reencontrarnos con el buceo. Todavía recuerdo ese primer contacto con el agua después de más de un año sin bucear: la brisa, el olor a mar, el hilillo de agua entrando por el neopreno, la sensación de ingravidez… ese primer buceo fue mágico, casi terapéutico.

Nuestra primera experiencia salió tan bien, que desde entonces no hemos parado de viajar y de bucear en familia. Entre canguros, escuelas infantiles, ludotecas y amigos (gracias César) prácticamente nunca hemos tenido que renunciar a viajar con nuestro hijo. Y ahora, desde que aprendió a nadar, intentamos que venga con nosotros en el barco, siempre que se puede, y hacemos snorkel juntos entre inmersión e inmersión. En sus casi cinco años nos ha acompañado a bucear a Lanzarote, Granada, Bali, Cabo de Palos, México, Malasia y Filipinas. Pero, sin duda, el viaje que más hemos disfrutado con él ha sido el que hicimos a Maldivas.

No nos vamos a engañar, viajar sin niños es infinitamente más fácil que hacerlo con ellos, pero si eres de los que no quiere renunciar a viajar en familia existen opciones para hacerlo sin complicarte mucho la vida. Tenemos unos amigos buceadores que, desde que tuvieron a su hija, viajan todos los veranos a Maldivas al crucero especial para familias con niños que organiza la empresa Submaldives todos los años (por cierto, este año organiza dos debido al éxito de las anteriores convocatorias) y siempre nos habían insistido en que teníamos que acompañarles algún verano… hasta que al final lo consiguieron. Porque a insistentes a Luis y Nuria no los gana nadie.
A nosotros, que nunca hemos sido demasiado niñeros, la idea de meternos en un barco con 10 o 12 criaturas (además de la nuestra) nos parecía lo más alejado del paraíso que podía existir, pero al poco tiempo de embarcar nos dimos cuenta de que habían dado con la tecla correcta para proporcionar a los padres-buceadores una semana de diversión y tranquilidad.

Para empezar, a bordo viajaban dos monitoras, Diana y Chus, que llevaban un sinfín de actividades preparadas para entretener a los niños mientras los padres buceábamos. Además, durante todo el crucero, nos acompañó una pediatra, Lidia, para atender a los pequeños (y a los no tan pequeños) en caso de necesidad. No suelo ser muy paranoica con esto, pero en un crucero a veces estás a horas de navegación del centro sanitario más cercano y un pequeño accidente se puede convertir en un problema… o al menos hacerte pasar un mal rato. La tranquilidad de llevar un médico a bordo puede ser determinante para quien tenga reparos de meter a los niños 9 días en un barco. Bueno eso, y también que el crucero sea gratis para los peques, claro.

Otra cosa que me gustó, es que el itinerario está diseñado especialmente para compatibilizar el buceo con el disfrute en familia. De forma que, sin perdernos los mejores buceos de un crucero normal, pudimos disfrutar de hacer snorkel con tiburones, desembarcar en una isla desierta o buscar un tesoro mapa en mano como si fuésemos auténticos piratas. Claro está, que todo esto fue a costa de prescindir de nuestras largas siestas en proa… pero, sin duda mereció la pena, porque al acabar el crucero los niños habían disfrutado (según sus propias palabras) de «las mejores vacaciones de su vida».
Soy de las convencidas de que no existen parejas felices, sino personas felices que deciden juntarse. Por eso creo que invertir en sentirse bien uno mismo repercute directamente en el bienestar familiar. Así que os animo a que sigáis disfrutando del buceo como antes de ser padres y a que lo hagáis en familia, porque además de contagiarles vuestra pasión por el mar les estaréis dando una valiosa lección de vida.