Se os acabaron los viajecitos

A Dani y a mi nos apasiona viajar y bucear. Es lo que más nos gusta del mundo. A mi en ese orden y a Dani en el inverso, pero lo cierto es que aprovechamos cualquier oportunidad para escaparnos cerca del mar. Es nuestra particular vía de escape y por nada del mundo queríamos renunciar a ello.
Es cierto que cuando tienes un hijo te cambia tanto la vida que en un principio ni te planteas ponerte a organizar un viaje. A mi ese «en un principio» me duró poco y en cuanto estuve recuperada físicamente me entró el gusanillo del buceo. Así que, cuando Inuk tenía 4 meses nos lo llevamos a bucear a Lanzarote. Allí tenemos la suerte de contar con grandes amigos que nos buscaron una canguro de confianza que se quedaba con el bebé en el apartamento mientras nosotros buceábamos. Lola e Inuk congeniaron de maravilla y nosotros por fin pudimos reencontrarnos con el buceo. Todavía recuerdo ese primer contacto con el agua después de más de un año sin bucear: la brisa, el olor a mar, el hilillo de agua entrando por el neopreno, la sensación de ingravidez… ese primer buceo fue mágico, casi terapéutico.





Para empezar, a bordo viajaban dos monitoras, Diana y Chus, que llevaban un sinfín de actividades preparadas para entretener a los niños mientras los padres buceábamos. Además, durante todo el crucero, nos acompañó una pediatra, Lidia, para atender a los pequeños (y a los no tan pequeños) en caso de necesidad. No suelo ser muy paranoica con esto, pero en un crucero a veces estás a horas de navegación del centro sanitario más cercano y un pequeño accidente se puede convertir en un problema… o al menos hacerte pasar un mal rato. La tranquilidad de llevar un médico a bordo puede ser determinante para quien tenga reparos de meter a los niños 9 días en un barco. Bueno eso, y también que el crucero sea gratis para los peques, claro.

